Las medidas del tiempo han cambiado. Un minuto ya no dura sesenta segundos, sino que dura una eternidad. ¿Quién, sin desesperarse, se pasa un minuto esperando a que se le descarguen por ejemplo 10 megas que ha recibido por correo electrónico? Ayer mismo me apareció un anuncio en la pantalla ofreciendo un programa para que el ordenador se encendiera y apagara más deprisa, y tentada estuve de comprarlo porque… el proceso se eterniza.
El tiempo ya no se mide con el típico reloj de pulsera de toda la vida, artefacto decimonónico ya superado para siempre por el móvil, el Iphone, el Ipod, el relojillo ese que aparece en nuestras pantallas del ordenador o mismamente la pantallita de nuestro teléfono.
Gracias a la informática he aprendido el significado de los “Minutos Windows”, que no duran sesenta segundos. Cuando Windows dice “la copia se realizará en un minuto”, luego resulta que puede ser medio minuto, uno y medio o cinco, cualquiera sabe, pues el mensaje va renovándose y renovándose cambiando de opinión. La informática no es una ciencia exacta.
Otra curiosa medida del tiempo de la que he sido consciente recientemente en uno de mis últimos vuelos viene marcada por la “Mayoría de Edad Iberia”. Si te sientas en la puerta de emergencia de un avión, se te exige ser capaz de poder manipular la puerta. Para ello se requiere que tengas por lo menos quince años o, si tienes menos, que sepas entender las instrucciones. Ojo, se exige una cosa o la otra, de modo que podemos perfectamente confiar nuestros destinos en medio del Atlántico a un preadolescente de doce años adicto a la Nintendo DS. Ciertamente, estaremos en buenas manos.
También es curiosa la medida del tiempo aeroportuaria, pues sabemos que debemos llegar al aeropuerto con 45 minutos (estos sí, de reloj) de antelación a una hora ideal predeterminada para que nos den la tarjeta de embarque. Sin embargo, ya contamos con que nos harán esperar un tiempo indeterminado, normalmente por culpa del tiempo (atmosférico) o de los revueltos tiempos sindicales de los controladores aéreos. La aeronáutica podemos decir que tampoco es una ciencia exacta.
También estamos acostumbrándonos a las respuestas inmediatas: si no te cogen el móvil, mandas un sms o whatsup. Si no te responden a un e-mail, lo reenvías por si acaso se perdió en el ciberespacio. Hace unos días escuchaba como contaba un cliente que había dejado a su abogado anterior porque tardaba un día en darle una cita. Ese abogado había sido ventajosamente sustituido por un abogado que le dio su número de móvil, con todo lo que eso conlleva. A ver cuándo el ejemplo se extiende a los médicos, a los notarios y a los talleres de reparación de cualquier cosa, para quienes las citas son aproximadas y se sabe cuándo llegas y no cuando sales.
Del tiempo judicial…, mejor ni hablamos. Produce mucha curiosidad a demandantes, demandados, querellantes, querellados, contratantes, despedidos y ciudadanos en general. Todos ellos preguntan sin parar ¿cuánto durará este procedimiento?, ¿qué plazo tiene el juez para dictar sentencia? Pues bien, eso no se mide en tiempo convencional. El tiempo judicial lleva su propio ritmo.